Hola a todos. A mí, personalmente y, lógicamente, también como fundador y pensador del arqueoindividualismo, nueva escuela de filosofía fundada el año 2014, me importa un pimiento si el mundo es eterno o temporal, si la voluntad es libre o está determinada, si el alma es mortal o inmortal, si Dios existe o no, si la materia y el espíritu son realidades radicalmente diferentes o una de ellas es un modo de la otra, etcétera. Incluso me importa un pimiento si el tiempo es real o meramente una ilusión contundente. Incluso me da igual si una afirmación no puede ser verdadera al mismo tiempo que la negación de esa afirmación (sobre el mismo asunto y en el mismo sentido) sea también verdadera; o si, por el contrario, pueden ser igual de verdaderas la afirmación de algo en cierto sentido y la negación de esa afirmación sobre algo en el mismo sentido (principio de contradicción o de no contradicción). Todo esto, insisto, me importa un pimiento. Y voy más allá: también le importa un pimiento a cualquier ser humano, si es sincero. Lo que le importa de verdad a cualquiera, y a mí también, es algo muy distinto: ser feliz. De aquí se siguen dos corolarios fundamentales, de metafísica bien real y útil: que soy real (mi yo no es una mera ilusión) y que la felicidad también es real (la felicidad no es una quimera, ni se confunde con un placer pasajero). Como muchos ya sabéis en el foro, soy radicalmente de derechas, y de hecho un significativo sinónimo del arqueoindividualismo es: derecha revolucionaria. Y, claro, un señor muy de derechas no va a ser un penelopista ni un adanista. O sea: un arqueoindividualista, como yo, afirma que sí hay progreso real y tangible en metafísica. Ese progreso consiste en el mejor conocimiento que hemos ido adquiriendo sobre las condiciones primeras (condiciones metafísicas) y las condiciones mediatas (condiciones fenoménicas, causas segundas materiales y fenoménicas, leyes científicas experimentales, correlaciones significativas fenoménicas, etcétera) que aproximan a la felicidad, incluyendo las relaciones ciertas o más probables entre las condiciones primeras acerca de la felicidad y las condiciones mediatas acerca de la felicidad. Este sólido conocimiento creciente para el gran objetivo, o sea gozar de la felicidad plena, es el progreso objetivo que se ha dado y se seguirá dando en la metafísica. Por eso en el arqueoindividualismo propugnamos una revolución desde la derecha, aunque popularmente se crea que la derecha es inmovilismo estéril. La verdadera derecha, claro está, propugna la gran revolución: pasar de los siempre dolorosos planos fenoménicos relativos, ilusorios y transitorios al estado de conciencia totalmente yoico, incondicionado, permanente y, por tanto, feliz. Mas para ello no se puede partir del vacío ni de la ignorancia: hay que partir de lo que ya sabemos y de lo que vamos a aprender sólidamente. Toda revolución profunda y verdaderamente liberadora parte siempre de la tradición, aunque sea para criticarla y reformarla, cosa a menudo muy legítima, que se ve bien en la inquina que los arqueoindividualistas gastamos contra los jueces, abogados y demás mafiosos de la toga. Claro que no ejercemos, ni siquiera en este caso, un triste e inútil derecho al pataleo, sino que propugnamos e intentamos medidas revolucionarias concretas, empezando por la elección democrática por sufragio universal de todos los jueces y fiscales, ya que es la manera objetiva de poner límite a sus crímenes y abusos siempre impunes. Sí, ya sé que popularmente se confunde a un señor muy en la derecha con un señor que baila el agua a los jueces, fiscales y abogados. Pero eso es confundir a un señor de derecha consecuente y radical con un mero conformista. Y no son lo mismo. Soy muy de derechas: por eso quiero exterminar a los abogados, sabiendo bien que la medida práctica para ello no es ametrallarlos (por uno que caiga surgirían cien intentando ocupar su plaza) sino, sencillamente, estableciendo revolucionariamente que los abogados no serán nunca obligatorios para quien se defienda ni para quien acuse, en un pleito ante un tribunal. Incluso, pues, ante el sorprendente caso de que un movimiento filosófico, ideológico y político tan de derechas como es el arqueoindividualismo cargue a fondo contra los profesionales de la justicia... esa carga se basa en la tradición. Porque la tradición nos dice clarísimamente que todo poder político incontrolado, cuyos titulares no son destituibles, se constituye inmediata y permanentemente en un asqueroso y asesino terror sin final, sólo matizado por débiles y ocasionales intentos de "despotismo ilustrado". Por eso es inadmisible un rey o dictador no elegido ni destituible con poderes ejecutivos materiales (un rey meramente simbólico ya es otra situación). Los jueces, abogados y fiscales son un poder político incontrolado, y por eso la clara tradición nos enseña cómo debe ser la revolución que nos libere de estos mafiosos con birrete y toga. Hay muchas más cosas que sí sabemos claramente sobre la felicidad, como que una población humana que supere considerablemente en densidad demográfica los cincuenta habitantes por quilómetro cuadrado es causa directa de desgracia grave y permanente, sin ideología política que arregle eso, porque el único arreglo posible ahí es disminuir drásticamente la natalidad y en consecuencia la población y la densidad demográfica. La metafísica ha sido acusada típicamente de penelopismo, de adanismo y de señoritismo elitista estéril. Pero, en realidad, la metafísica es lo más útil y eficaz que hay para lo que verdaderamente importa: ser feliz. Id a las causas y a los efectos que objetivamente acercan a la felicidad de manera segura o muy probable, y tendréis logros metafísicos objetivos. Bueno, siempre saldrá algún relativista academicista (el relativismo radical nihilista es una ideología originada en las universidades y academias de la filosofía, nunca en el pueblo) alegando que la felicidad es un concepto confuso y que no puede ponerse en claro por mucho que lo intentemos, por lo cual haremos bien en olvidarnos de intentar ser felices. La respuesta a este argumento es compleja pero tajante: básicamente, lo que ocurre es que el estado de conciencia al que llamamos felicidad tiene muchísimos aspectos y que esos aspectos a menudo son muy sutiles, trascendiendo las limitaciones de la realidad material ordinaria. Se trata, pues, de un estado de conciencia muy difícil de abordar y de entender. Pero también es muy difícil, para el hispanohablante que no tenga ni jota de chino, aprender este idioma, el chino. Y, sin embargo, hay hispanohablantes que han llegado a hablar y escribir muy bien el chino. La argumentación relativista academicista contra la felicidad, con su trasfondo fatalista, pesimista y nihilista, es una forma de la "falacia de la identificación de lo muy difícil con lo imposible". Lo muy difícil no es en sí imposible. Una buena prueba histórica es la enorme eficacia de los tratamientos (y de la prevención) contra el cáncer en seres humanos, asunto muy difícil de abordar, pero abordable, y que se abordó, y que se sigue abordando con éxito creciente. Podemos aprender chino, podemos curar cánceres y podemos ser felices. Cordialmente, de Alexandre Xavier Casanova Domingo, correo electrónico trigrupo @ yahoo . es (trigrupo arroba yahoo punto es).
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