Hola a todos.
En estos tiempos de separatismo catalán, de crisis económica europea e incluso mundial, y de alejamiento entre Inglaterra y la Unión Europea, considero conveniente rescatar un curioso e interesante artículo periodístico escrito por Macaulay en España, el año 1947. Conservo la ortografía original de la época, fácilmente legible.
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Contrasta la pasión con la que en el mundo se enjuician los sucesos internacionales con la serenidad con que la Prensa española comenta los acontecimientos, llevándola su nobleza y caballerosidad hastá a alabar a quienes nos vienen demostrando unas veces una morbosa enemiga, y otras falta de consideración o afecto. Con esto se demuestra la libertad de que disfruta la Prensa española en su juicio, pues si obedeciese a consignas o directrices de Gobierno, como fuera de las fronteras se nos achaca, desde luego, no aparecieran esas frases de alabanza y de consideración a quienes, con motivo, podríamos encasillar en el número de nuestros enemigos. Queremos, pues, una vez más, que la serenidad dicte nuestras palabras, cuando vamos a enjuiciar la crisis económica de la nación inglesa y las batallas políticas y las críticas que con ese motivo se entablaron en la Gran Bretaña.
Para un obervador imparcial se acusan perfectamente los perfiles de los intereses y las pasiones de partido primando, una vez más, sobre el interés general de toda la nación. El pretender achacar a los errores laboristas todas las desgracias de la nación británica constituye, para nosotros, una injusticia y un lamentable error. Ni las fórmulas conservadoras servirían para nada en la presente ocasión, ni es el orden capitalista el que puede salvar a la Gran Bretaña en la hora de su desgracia. Hay quienes quieren aprovecharse de los errores evidentes en que el laborismo ha incurrido, cuando la crisis rebasa el marco de los partidos, para convertirse en la crisis de todo un sistema.
Esta serenidad a que antes aludíamos nos hace distinguir en el laborismo sus dos caras: una, la del afán legítimo de mejora y elevación de las clases trabajadoras, que en cierta manera persigue, ideal que nadie mejor que nosotros sabría comprender, y otra, muy distinta, cuales son los principios y los medios con que infelizmente se intenta lograrlo. Por ello, si nos parece torpe la política desarrollada por el laborismo en momentos de tan graves crisis económicas, más grave nos parece el que a pretexto de intentar defender una economía se pretenda echar sobre un partido la responsabilidad íntegra de una situación, engañando al país con la ilusión de que un cambio de política pueda resolver la crisis y hacer la felicidad de los británicos.
El problema de Inglaterra, como todas las graves crisis económicas de las naciones, necesita de la paz y del orden internos, de la unidad entre los nacionales, del esfuerzo y colaboración de todos los sectores y del rendimiento y eficacia de la mano de obra, más fácil de conseguir, dentro de un régimen como el inglés, con la responsabilidad de los laboristas en el Poder, que con su apartamiento o pase a la oposición. Y si esto, que parece estar tan claro, es necesario, ¿para qué minar y desprestigiar ante el país a lo que tanto se necesita?
Otro aspecto importante que observamos en la política económica de la nación inglesa es el de hacer creer al país que todo se puede arreglar con la sopa boba de los empréstitos americanos, cuando han de ser los propios ingleses, con sus sacrificios, sus planes de ordenación y su trabajo, los que necesitan levantar al país en un esfuerzo continuado de varios años. Y para esta obra tanto estorban los prejuicios materialistas y marxistas de la lucha de clases, como los capitalistas y liberales en los momentos que, como los que pasa la nación inglesa, se han agotado los antiguos márgenes. Y no digamos nada cuando una política de pasiones y de hostilidad intenta, hasta ahora sin resultado, perturbar las relaciones económicas de este país con naciones que, como España, constituyen un complemento económico muy favorable de las relaciones comerciales inglesas.
El caso de Inglaterra empieza a ser el caso incomprendido de España durante los últimos años. No fué la nuestra tampoco crisis de partidos, sino de Sistema y de régimen; pero nuestra Revolución nos permitió fácilmente conservar cuanto debía salvarse de lo viejo: los principios de un orden economico formado por las aportaciones de generaciones pasadas, y los de una justicia social y de dignificación de las clases trabajadoras, puesto como lema en el frontispicio del nuevo Estado.
Cuando las naciones llegan a estados de crisis como el que hoy sufre la Gran Bretaña, no pueden aceptarse las divisiones y las batallas intestinas y que el interés de la nación se esgrima como escudo entre los contendientes.
Este es nuestro juicio sereno en esta hora. El tiempo, una vez más, es nuestro aliado, que acabará dándonos toda la razón.
MACAULAY.