La Carta Encíclica del Papa Francisco va dirigida a la clase política de todos lo países de la Tierra para que realicen la imprescindible acción social que hay que acometer urgentemente a nivel global porque la crisis del 2008 y la pandemia actual han hecho que las desigualdades, que habían aumentado con la primera crisis, con la pandemia están siendo mucho mayores y llegarán ser
en muy corto plazo. El Papa Francisco no se está refiriendo a las ONG,s ya sean confesionales o laicas, ni al pueblo en general, que hacen lo que pueden ante la falta de las políticas sociales de los Gobiernos de los países y que están totalmente sobrepasadas y ya no pueden evitar el desastre humanitario que nos está viniendo encima.
Tu último mensaje destila un bucólico buenismo inútil para los tiempos que estamos viviendo en los que la muerte, espantosos sufrimientos y desesperación asolan a los más desfavorecidos.
Supongo que eres español, no sé a qué partido votas pero es seguro que no votas a partidos de Izquierdas. Vuelvo a copiar el documento que escribí en su día y que colgué en este tema titulado "La banalidad del mal". Ya no tengo nada más que decir que lo que digo en ese documento. Tendrías que revisar tanto tu votación como tu pretendida bondad y amor a todos los seres humanos, hijos de tu Dios como así crees tú.
LA BANALIDAD DEL MAL
A principios de diciembre del 2019 llegó a mis manos la última revista informativa de la Fundación Vicente Ferrer, “Anantapur”, en la que se publicaba una entrevista a la filósofa Victoria Camps, en el inicio de la cual se dice que:
“Admira (Camps) a Hannah Arendt, la autora que creó el concepto “banalidad del mal”, aquella capaz de cegar a hombres y mujeres “normales” ante las injusticias que tiene delante de sus ojos. Arendt reflexionó sobre ello tras cubrir como corresponsal, en 1961, el juicio al coronel de la SS Adolf Eichmann, acusado y condenado por crímenes contra la humanidad. Al analizar su personalidad, descubrió que su maldad emanaba de su contexto, no de su predisposición natural. A lo largo de la historia, los seres humanos corremos el riesgo de caer en la deshumanización y la pérdida de empatía. Corazas como la intolerancia, el egoísmo o el desinterés nos inmunizan ante el dolor ajeno. Para eso sirve la filosofía, para recordarnos que somos, por encima de cualquier otra cualidad, humanos.”
Esto me hizo pensar en el libro escrito por Adolf Tobeña titulado “Neurología de la maldad” del cual hice un resumen que colgué en su día en el foro:
“En ese libro se exponen las investigaciones sobre la biología de las predisposiciones al comportamiento social y amoral. Los estudios sobre la criminalidad y los experimentos realizados durante décadas permiten ofrecer estimaciones y hallazgos sólidos e inequívocos sobre la incidencia de la genética y de los ambientes en el comportamiento de los seres humanos.
Destellos útiles para el discernimiento y la indagación seria de la maldad son el elenco de los “siete pecados capitales” de la Iglesia romana: la soberbia, la ira, la envidia, la avaricia, la lujuria, la gula y la pereza, que son puertas de entrada a los perfiles malévolos distintivos; del mismo modo que las virtudes que se les oponen (la humildad, la paciencia, la generosidad, la amabilidad, la templanza, la continencia y la diligencia) constituyen un buen esbozo de la bondad. La mayor o menor incidencia genética de cada uno de esos pecados y virtudes predispondrá el comportamiento de cada individuo.
En diversos estudios muy bien seguidos desde la adolescencia a la madurez se ha podido comprobar que el segmento de practicantes contumaces de delitos desde el inicio de la pubertad no llega al 5% de la población total. Es decir, solo entre 4 y 5 individuos de cada 100 ciudadanos ordinarios se especializa en ámbitos profesionales dedicados a lesionar o perjudicar ostentosamente a los demás; aunque no lleguen a ser psicópatas.
Y solo una cuarta parte de los anteriores, entre un 1 y un 1,5 %, permite una catalogación diagnóstica firme de psicopatía. La objetivación de la psicopatía suele llevarse a cabo con la escala PCL-R de Hare. Los psicópatas son unos predadores, egoístas sin escrúpulo alguno ante el daño que ocasionan; y es altamente heredable.
Jeffrey Landrigan fue adoptado poco después de nacer por una familia intachable de la clase media. Desde el principio, antes de los dos años, creó problemas y dificultades inacabables que le llevó finalmente a cometer el primer asesinato a los 20 años. Después de escapar de la cárcel cometió un segundo asesinato y fue sentenciado a muerte. Mientras estaba en el corredor de la muerte, un prisionero le detectó un parecido físico con Darrer Hill, un prisionero al que había conocido en otro corredor de la muerte en Arkansas. Resultó que Hill era el padre biológico de Landrigan, un padre a quien no había conocido. El padre de Hill y abuelo de Landrigan también pasó por diversas cárceles hasta ser abatido por la policía en una refriega, durante un intento de robo. El bisabuelo de Landrigan fue un renombrado contrabandista.
El más conocido gen protagonista destacado en relación con la propensión antisocial y violenta es MAO-A o “gen guerrero” que se ubica en el cromosoma X y que es más patente en los hombres que en las mujeres.
En el otro extremo del espectro, otro conjunto de estudios indicó que entre un 15 y un 20% de la población no necesita ni de leyes ni de normas para portarse bien, son los “buenos por naturaleza”.
Y existe finalmente, aproximadamente un 70% de individuos acomodaticios según leyes y costumbres que tienden a respetar o a saltarse las normas en función de lo que observan. Estas rotundas mayorías son oportunistas y poco fiables en lo que concierne al comportamiento prosocial espontáneo.”
Por lo dicho anteriormente Adolf Eichmann no solo no era un psicópata sino que tampoco estaba entre el 5% de practicantes contumaces de delitos, sino que se encontraba entre el 70% de los individuos que actúan en función de los ambientes en los que viven; segmento entre los que nos encontramos la mayoría de los “normales” seres humanos.
Lo dicho hasta ahora nos será muy útil para analizar la situación política actual en nuestro planeta en el que después de las convulsiones habidas a lo largo de la historia se ha llegado a una aceptación general de la democracia: Sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes. Pueblo que votará, de acuerdo a como cada uno es, de los ambientes en los que se viva, así como del estatus social que se tenga.
No voy a entrar a analizar los distintos partidos que existen en los diferentes países en los que a los clásicos de Derechas e Izquierdas se han añadido principalmente en este siglo otros más a la izquierda y a la derecha de los anteriores; unos insatisfechos por las situaciones de desigualdad que no se consiguen disminuir con el actual sistema liberal y capitalista; otros centrados más en el resurgimiento de nacionalismos excluyentes.
Lo que sí que haré es analizar el hecho de que el ser humano, social por naturaleza, ha intentado a lo largo de su historia: dictar normas de convivencia en las sociedades que se fueron construyendo, primeramente a cargo de las distintas religiones imperantes y, posteriormente, también ya con carácter laico, de aplicación universal.
En todas esas normas siempre se ha puesto como factor más importante el de la ética y la moral: tratar al prójimo como quisiéramos que nos trataran a nosotros mismos, cuestión esta contemplada en los mandamientos de la Ley de Dios de los cristianos, una de las religiones mayoritariamente extendidas hoy en día en nuestro planeta.
Los mejores y universales valores de la humanidad están contemplados en la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” (DUDH), documento que marca un hito en la historia de los derechos humanos. Elaborada por representantes de todas las regiones del mundo con diferentes antecedentes jurídicos y culturales, la Declaración fue proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948. Estos derechos son de aplicación para todos sin distinción ni excepción alguna, en sustitución de mandamientos, normas o reglas supuestamente dados por los dioses de las respectivas religiones.
Según se enseña por la Iglesia Católica los diez mandamientos se resumen en dos: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”. ¿Sobre todas las cosas? Sobre todas las cosas… bueno, pero sobre todos los seres vivos y, en especial, sobre todos los seres humanos, no. ¿Amar a tu prójimo como a ti mismo? Los que no son tus prójimos también sufren, y los del Tercer Mundo mucho más. Esa máxima puede que fuera adecuada en los tiempos ancestrales en los que los miembros de una misma tribu eran los prójimos, los familiares, pero no lo eran los seres humanos de las otras tribus próximas contra las que se luchaba por la supervivencia.
En el mundo globalizado e interconectado como está hoy, los países del planeta, tanto los laicos, como los confesionales deberían de aceptar tanto la DUDH como, en lo que respecta a España, los mandamientos de la Ley de Dios de la Iglesia católica mayoritariamente implantada.
Los nacionalismos más acentuados, como son los de las Ultraderechas, le dan más importancia a su “prójimo” pueblo que al resto de los seres humanos, a los que excluyen cuando con su física presencia puedan perturbar a los suyos. En España, la Ultraderecha no cumple ni con la DUDH ni tampoco con los mandamientos de la Ley de Dios, arropándose con la bandera de España, como si fuera solo suya.
La libertad es el derecho más importante que se contempla en la DUDH. Todos los seres humanos queremos ser felices (incluso los masoquistas que disfrutan cuando experimentan pensamientos, situaciones o hechos desagradables o dolorosos). Ese deseo es consustancial con la condición humana.
Se es más feliz cuanto más se consigan satisfacer los deseos. Depende de la libertad que cada uno tenga para poder satisfacerlos, para ser más o menos feliz.
¿Y de qué depende la posibilidad de llevar a cabo nuestros deseos? Depende de dos factores:
a) De la potencial capacidad genética que tenga cada uno que le lleve a poder cumplir los deseos.
b) De las oportunidades que le brinden la naturaleza inerte y los demás seres vivos.
Si una persona tiene la oportunidad de estudiar cualquier carrera porque su situación económica se lo permite pero no es lo suficientemente inteligente y/o no tiene la capacidad de sacrificio indispensable para culminar los estudios de la carrera que elija no conseguirá cumplir sus objetivos.
En el caso de que la persona tenga unas capacidades intelectuales y de sacrificio tales que le permitan estudiar cualquier carrera, pero si no tiene oportunidad alguna de ni siquiera empezar a estudiar la carrera elegida tampoco podrá cumplir con sus deseos.
Existen dos máximas que son aceptadas hoy en día generalmente por todos los partidos democráticos porque se consideran como la más justas y que sustituyen al aforismo que resumía de forma general los principios de una sociedad comunista: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”, Las dos máximas actuales, las más justas y democráticas son:
1.- A cada cual según su trabajo.
2.- Pero, inexcusablemente, a igualdad de oportunidades.
La situación existente para los seres humanos en este planeta -bien sea debida a Dios, para el caso de que existiera, o bien debido al objeto universo de acuerdo a cómo funciona- es que existe un reparto indiscriminado y totalmente injusto de las posibilidades de los seres humanos de ser felices, para cumplir con sus deseos. La Humanidad, la sociedad humana, en justicia, trata de cumplir con las dos máximas expuestas. Corresponde a cada país elaborar las leyes para su consecución y al pueblo respectivo votar libremente a los partidos en los sistemas democráticos consolidados.
¿Y cómo vota el pueblo soberano?: pues como he dicho al principio, según sean la genética y los ambientes que cada uno tenga, así se comportará el individuo al emitir su voto.
El 5% de aquellas personas practicantes contumaces de delitos (incluidos los psicópatas), si acaso votan, lo harán a aquellos partidos que crean que les favorecen sin tan siquiera considerar las situaciones adversas de los demás ya que nada les importa.
Aquellos de hasta un 20% de la población que son buenos de naturaleza, mucho dependerá su voto de los ambientes en los que se desarrolla su vida, del estatus social, situación económica y la información que obtenga de los medios de comunicación social. Su voto, en cualquier caso, sea el que sea, será honesto como así lo son ellos.
Nos queda la inmensa mayoría del 70% que será la que, en definitiva, marque el resultado de las elecciones. Las conductas, los comportamientos que lleven la mayoría de ellos a lo largo de sus vidas nada o poco tiene que ver con el acto puntual que, normalmente cada cuatro años se realiza: emitir un voto que puede ser totalmente secreto. En función de su estatus social, en donde vivan (“barrio rico” o “barrio pobre”), de la información que reciban de la prensa y publicaciones que lean, de su grado de nacionalismo -que si es excluyente, no será muy proclive a comportamientos éticos y sociales con los que no son de los suyos-, así será su voto.
Dependiendo de todos esos factores, una mayoría de personas, buenas personas con la vida razonablemente resuelta, que no matan ni roban, amantes de su Patria, de su familia y amigos e, incluso si su situación económica se lo permite, aportan cuotas periódicas a ONG,s. tanto católicas como laicas, pero que perteneciendo a ese 70% influenciable por los ambientes pueden banalizar inconscientemente, o no, el mal existente en extensas capas de la sociedad que malviven en condiciones de vida insoportables, y votarán exclusivamente por su propio interés a los partidos que crean que mejor les defienden que, lógicamente, son los conservadores de las Derechas. Aquí solo me estoy refiriendo a los que quieren conservar lo que tienen ya que los desfavorecidos, “los que no tienen” son los que, en general, votan a los partidos de Izquierdas al objeto de que cambien su precaria situación.
Con la crisis del 2008 las desigualdades han aumentado considerablemente, y si bien la economía española en los últimos años ha mejorado a un ritmo mayor que la del resto de países de la Unión Europea, eso no se ha visto reflejado como debiera en los más desfavorecidos, que son muchos. Puede que la situación actual de cierto equilibrio en las elecciones habidas entre las Derechas y las Izquierdas se rompería a favor de estas últimas si de ese 70% de “normales” ciudadanos hubiera una concienciación mayor de la situación existente, una mayor empatía, cualidad que nos hace ser más humanos...
Por supuesto que todos, se decanten por el partido que se decanten, están en su perfecto derecho de votar lo que quieran.
Otra cosa es que se vote a las Derechas por creer que son las únicas que pueden disminuir las desigualdades existentes, así como, por otra parte, los que votan a las Izquierdas lo hacen pensando que las Derechas capitalistas y liberales no lo hacen. Siempre ha habido esta polaridad, y en estos casos no hay ninguna banalización del mal ya que todos tienen consciencia de su existencia y votan en conciencia para tratar de evitarlo.
El 24 de diciembre pasado, leí un artículo de opinión de Nicolás Sartorius en “El País”. Copio parte de él:
“Hoy vivimos, sin ir más lejos, un periodo de deterioro de las democracias y de sostenido y global descontento ciudadano. Las causas de este malestar son varias, pero creemos que en el fondo de todas ellas está la profunda crisis del sistema económico, iniciada en 2008 y todavía no superada sus efectos. Una crisis que se ha abordado por medio de contradictorias recetas “neoliberales”, que dominan una mundialización excluyente, en la que los perdedores han sido legiones y los ganadores exiguas minorías. Un desorden que ha generado, salvo excepciones, un deterioro de las condiciones de vida y de trabajo, un aumento insoportable de las desigualdades y una erosión de los servicios sociales básicos. Caldo de cultivo inmejorable para que, al igual que en otras épocas de triste memoria, prosperen todo tipo de extremismos populistas, nacionalistas, demagogias, simplificaciones y mentiras. Eso que hoy abunda por el ancho mundo, también en Europa y en España.”
Este documento lo escribí ante de la irrupción de la actual pandemia; la cual, como he dicho antes va a hacer que las desigualdades que ya existían si no se acometen políticas sociales mundiales se
de tal forma que todo lo peor imaginable puede pasar. O nos salvamos todos (pero en esta vida, no en la otra que con toda probabilidad no existe), o no nos salvamos nadie. Al tiempo.